y otros: “No, la tristeza es un sentimiento superior”.
Pero yo les digo que son inseparables.
Llegan juntos y cuando uno de ellos se sienta con nosotros a la mesa,
el otro espera durmiendo en nuestro lecho.
En verdad, estamos suspensos, como fiel de balanza, entre nuestra alegría y nuestra tristeza.
Hace unos días un buen amigo que se sentía triste y bajo de ánimo tras la pérdida reciente de un familiar muy querido, me comentaba que si lo que le pasaba era normal.
La experiencia me hizo reflexionar sobre cómo se vive en nuestro contexto social el tema de la felicidad. Da la sensación que no se puede estar en otro estilo vital que no sea el del optimismo y la sonrisa amplia. “Hay que ser felices” se ha convertido en el nuevo mantra que ha de repetirse constantemente. La felicidad ha pasado a ser un estado mental obligatorio. “¡Tienes que ser feliz!” se impone como deber, obligación y lema de vida.
La sociedad de consumo nos ofrece además los medios para conseguir ese objetivo. La felicidad se comercializa. Se nos vende comprando cualquier producto. Existe toda una industria de la felicidad. Los libros de autoayuda no dejan de bombardearnos presentando las claves para conseguir tal dicha. La publicidad de algunas marcas potencia el optimismo. En una de ellas se invita a compartir mensajes positivos con “millones de personas” y así aumentar las posibilidades de ganar muchos premios. Existen incluso aplicaciones para todo tipo de soportes tecnológicos cuyo fin es poder estar siempre felices.
¿Qué pasa si no se es feliz? ¿No hay derecho a estar triste o a expresar emociones calificadas como negativas? Resulta curioso y paradójico que en una sociedad donde abundan las injusticias, en donde se han incrementado las desigualdades y en la que una gran mayoría de personas lo está pasando muy mal, ya que han perdido muchos de sus derechos sociales y laborales, se plantee como panacea o estilo de vida el eslogan “Don’t worry, be happy”(No te preocupes, sé feliz).
¿No puede ser también un modo de manipulación? De esa manera, se “culpabiliza” al sujeto ya que no hay nada malo en el sistema (economía, política, …) y se reducen los problemas a la esfera personal. Incluso hay teorías “científicas” que apoyan esta visión que sólo responsabiliza al individuo. Algunos autores hablan de un fuerte componente genético en la vivencia de la felicidad, es decir que ya lo traemos de fábrica, por lo tanto, poco se podría hacer.
Otros, incluso relativizan o no valoran el efecto de las circunstancias económicas y sociales, argumentando cómo países más pobres son más “felices” que los más ricos, con lo que se concluye que la riqueza o las distintas condiciones sociales no dan la felicidad (es curioso que estos estudios siempre lo realicen desde el supuesto primer mundo).
A su vez, el propio sistema te ofrece las herramientas para alcanzar el objetivo anhelado. La felicidad está en nuestras manos y si no la conseguimos es nuestra responsabilidad. No es raro, escuchar frases como, “si estás mal es porque quieres, ya que el estar o no feliz depende de ti”. La felicidad se puede convertir en el nuevo “opio del pueblo” que adormece las conciencias y hace que las personas se conformen y vean el mundo teñido de rosa.
Como nos descuidemos, se creará un nuevo trastorno “el síndrome de no ser feliz o de la infelicidad”, ya que por parte de los profesionales de la salud mental se ha desarrollado un sistema de diagnóstico psicológico que fácilmente convierte los problemas cotidianos y normales en trastornos mentales. De ahí, que haya que estar obligado, como “adicto a la felicidad”, a ir con una sonrisa pintada de anuncio todo el día, de lo contrario seremos sospechosos de cierta patología. Quien no es feliz se convierte en un paria, un repudiado, que molesta especialmente a la multitud que vive en la dicha. La felicidad se ha convertido en un mandato y hay que ser feliz “sí o sí”, o al menos, aparentarlo.
Sin embargo, la obligación de ser feliz es agotadora y provoca más malestar que beneficios. Ante unos individuos con escasa tolerancia a la frustración, incapaces de aceptar cualquier adversidad y con el imperativo de lograr la felicidad a cualquier precio, no es extraño que se planteen todo tipo de alternativas. Así si fracasan los distintos intentos, el sistema ofrece finalmente el recurso a las pastillas como elixir mágico que ayudará a conseguir una cierta “burbuja de felicidad”. No olvidemos que el consumo de ansiolíticos o hipnóticos en España se ha disparado en los últimos años. ¿Estamos tan mal psicológicamente?