En 2016 Dinamarca lideró el ranking de los países más felices del mundo, una clasificación que ha encabezado en tres de las cuatro ocasiones en que ha sido publicada. Este hecho ha provocado que se suscite un gran interés para saber qué pasa en el país nórdico para que sus ciudadanos sean los más felices del mundo. Muchos factores intervienen en esa percepción de felicidad (estabilidad económica, un potente estado de bienestar, igualdad entre sexos…), pero lo más fácilmente exportable y lo más propio de los daneses, según los expertos, es su filosofía hygge, cuyo origen se encuentra en una palabra noruega que se podría traducir al castellano como ‘bienestar’ o el arte de disfrutar de los pequeños placeres de la vida.
La primera referencia a este término aparece en una revista académica en el año 2011, citado por un antropólogo en un artículo titulado ‘El dinero no puede comprar mi hygge: el consumo de la clase media danesa, el igualitarismo y la santidad del espacio interior’.
Desde entonces el término (que podría traducirse como ‘intimidad’ aunque implica mucho más que eso), se ha expandido por el mundo como seña de identidad de la felicidad danesa. Hoy es tendencia a nivel global y los libros sobre el tema encabezan las listas de los más vendidos en las librerías occidentales. Pero, ¿qué es exactamente eso del hygge?
Ante todo tiene más que ver con las experiencias y el ambiente que con los objetos en sí. Es, al fin y al cabo, una filosofía de vida que cuesta definir, pero que se compone de momentos, de placeres en apariencia simples de los que disfrutamos sin sentirnos culpables, sin distracciones, olvidando las preocupaciones de la vida, en un ambiente cálido y acogedor, por regla general muy hogareño: una buena cena y su consiguiente conversación con las personas que queremos, un momento de lectura bajo la luz de las velas, una reunión con amigos en la que charlamos sin pretensiones mientras intentamos cambiar el mundo, un té tomado en silencio bajo una cálida y apacible manta… El hygge es, en definitiva, el arte de disfrutar de los pequeños placeres de la vida.
No hay que ser nórdico o seguir el estilo de vida danés para aplicar el hygge en nuestro día a día, sino que basta con preguntarse en qué lugar nos sentimos seguros, qué compañía nos hace sentir bien o qué actividades nos relajan, nos centran y nos permiten estar cómodos.
El éxito del hygge, sin embargo, podría ser puesto en entredicho por las nuevas tecnologías y los cambios en la socialización que comportan. Así, los celulares han ganado espacio en las reuniones familiares y entre amigos y el placer de la lectura en silencio se ha cambiado entre los jóvenes por ver la televisión o una película online, algo que para las generaciones más mayores no sería sino una versión light de lo que realmente implica el hygge. Sea como fuere, disfrutarlo o buscar esta fuente de felicidad está al alcance de tu mano.